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Un jeme más arriba

La fama de aquel Juez de Paz trascendía no solo a los límites de Durazno ciudad, sino a los del total del departamento. Porque además de ser un funcionario íntegro, siempre dispuesto a cumplir con su deber impartiendo justicia con la mayor equidad, era también un auténtico caballero. Y su recta educación se expresaba cabalmente en su forma de hablar, de una corrección legendaria.

Una noche, en el principal lenocinio de la ciudad se armó una trifulca de esas en las que resulta imposible permanecer ajeno, por lo que a poco de generalizarse, se oyó el conocido grito de ¡están todos presos! simultáneo a la violenta irrupción de la autoridad policial en el local.

Por consiguiente la madama, las muchachas y la clientela pasaron a hospedarse esa noche en la comisaría, hasta que al otro día todos los detenidos empezaron el desfile para comparecer ante el Juez actuante, que no era otro que el caballero de marras.

Llegado su turno, entró al despacho judicial una de las muchachas que ejercían el mal llamado “triste oficio”, o al menos ella lo entendía así. Hechas las identificaciones de rigor, el Juez, fiel a su estilo, inquirió:
-Señora, me informan en el parte policial que usted resultó herida en la reyerta?
-Si señor Juez, me dieron un puntazo, pero fue como un jeme más arriba, cerca del ombligo…

Para los que no conocen las medidas que se usan en el campo, según la Real Academia Española, el “jeme” es la distancia que hay desde la extremidad del dedo pulgar a la del índice, separado el uno del otro todo lo posible. La “cuarta”, más conocida, es la que hay entre el pulgar y el meñique. Ambas medidas aproximadas, porque por supuesto dependen del tamaño de la mano.

Sacudiendo la modorra

Algo parecido a lo que contaba Paco Espínola. Acostumbraba a levantarse tarde, en su casa en San José, y salir a dar una vuelta para “despabilarse”. Un día sale a la calle, de bombachas y alpargatas como acostumbraba, con las manos en los bolsillos (los amplios y profundos bolsillos de las bombachas de campo) removiendo discretamente sus “partes pudendas”, como etapa esencial de la “desperezada”. La doña de la casa vecina, que estaba barriendo la vereda, lo saluda atentamente, generándose el siguiente diálogo:

-Buen día don Paco, ¿cómo anda?
-Y aquí lo ve, sacudiendo la modorra…
-¡Ay don Paco, usted siempre tan zafado…!

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